La leyenda de Aquiles, una ciudad sitiada por fuertes enemigos y defendida por unos pocos hombres, quienes luchan hasta el fin, sin sospechar que su batalla es infinita.
Esta es la sinopsis de “Invasión”, mítica película de Hugo Santiago Muchnick. Una ciencia ficción que hoy, en medio de la cuarentena obligatoria, podría sentirse más cercana a lo que estamos viviendo en el mundo.
Estrenada en Buenos Aires el 16 de octubre de 1969, escrita por Santiago junto a J.L. Borges y Bioy Casares, con música de Edgardo Cantón y Aníbal Troilo, la película fue montada por un equipo de nombres importantes dentro de la historia del cine argentino: Oscar Montauti (Las venganzas de Beto Sánchez, La Patagonia rebelde), Alberto Yaccelini (La película del Rey, Mes petites amoureuses) y el tan recordado Luis César D’Angiolillo (Potestad, Hombre mirando al sudeste).
Desde EDA nos parece un momento oportuno para rescatar de nuestro archivo este “Diario de Montaje de Invasión”. El presente artículo cuenta con material de entrevistas al equipo de edición de la película, tomada de diversas fuentes: notas originales de EDA a Oscar Montauti y César D’Angiolillo durante la realización del libro ENTRE CORTES, mientras que la entrevista a Alberto Yaccelini fue realizada durante una retrospectiva a su obra en BAFICI 2011 por Lucía Ruiz, Alvar Martín y Abalén Najle, quienes amablemente nos cedieron el material.
Es importante aclarar que al día de hoy no existe un Streaming oficial para ver la película, pero cuenta con una muy valiosa edición en DVD realizada por el MALBA.
INVASIÓN (Argentina, 1969) – Dirección: Hugo Santiago Muchnick– Guión: Jorge Luis Borges, Adolfo Bioy Casares y Hugo Santiago Muchnic k- Montaje: Oscar Montauti – Asistente de Montaje: Alberto Yaccelini – Meritorio de Montaje: César D’Angiolillo.
OSCAR MONTAUTI: Estudié cine en la Universidad de La Plata y me gradué como Licenciado en Cinematografía. Cuando estaba cursando las últimas materias le pedí a Antonio Ripoll que me recomendara en alguna productora para hacer una pasantía como ayudante de dirección. Me recomendó con José Martínez Suárez. Él trabajaba en una productora que hacía comerciales para TV, pero no le gustaba ese trabajo y lo menospreciaba mucho. Trabajé con él tres meses haciendo básicamente la pizarra – o claqueta – en las filmaciones. Nunca habló conmigo sobre el trabajo o lo que pensaba hacer en las filmaciones. Me sentí muy frustrado. Entonces lo fui a ver a Ripoll y le dije que no estaba aprendiendo nada. Ripoll me dijo que fuera a trabajar con ellos; eran él y Gerardo Rinaldi, una corporación de montaje que funcionó desde 1967. Así fue como entré a trabajar en montaje. Allí pude tener la experiencia de la audacia de Ripoll y del rigor académico de Rinaldi, un fanático del ajuste cuadro por cuadro.
ALBERTO YACCELINI: Yo estaba en la Escuela de Cine de La Plata, sin ninguna intención de especializarme en Montaje. Me inscribí en la escuela de La Plata para hacer el curso de realizador. Se aprendía un poquito de todo. Conocí a Oscar Montauti en esa escuela. Él trabajaba paralelamente en Estudios Alex como asistente de Gerardo Rinaldi.
CÉSAR D’ANGIOLILLO: Yo estudiaba Derecho y había hecho un curso de teatro independiente a los 15 años, me había encantado, pero a mis viejos no les había encantado para nada. Y eso me lo sacaron de la cabeza por lo menos hasta que creciera y en ese lapso me empezó a gustar el cine, porque era más cómodo. Cuando me decidí a dejar derecho, empecé a estudiar de noche en la Asociación de Cine Experimental que era un lugar muy artesanal. Era una época que no había cámaras, no había nada… La única cámara que había era una 16 mm, una cámara chica que teníamos en una vitrina cerrada con llave y nadie la usaba. Decidimos que para poder llevar adelante los proyectos cada uno se tenía que dedicar a algo. Entonces dijeron: «Vos producción, vos sonido» y me vieron a mí y dijeron: «Vos montaje». Y a mí me quedó montaje. Entonces empecé a buscar trabajo de montajista, para aprender, porque la única manera de aprender era trabajar en el montaje.
OSCAR MONTAUTI: En esa época el sindicato se manejaba como si se tratara de un colegio profesional. Había que hacer mucho lobby para poder ser promovido y los montajistas, los fotógrafos, los camarógrafos y en general todos los profesionales establecidos trataban de impedir que entrara gente nueva. Yo tenía un verdadero hándicap: el haber estudiado cine. La gente de la industria en su mayoría nos denominaba con cierto desprecio, «los muchachos de la escuelita…».
TRAILER DE INVASIÓN:
OSCAR MONTAUTI: Ya había trabajado con Hugo Santiago en 1967 como ayudante de Rinaldi – Ripoll en “Los Contrabandistas” – un piloto para serie de TV que para mí constituye el germen de “Invasión”. PROARTEL produjo tres pilotos. Nunca se pudieron vender. “Los Contrabandistas” lo montó en un 80% Ripoll y después me la pasó para que la terminara. Nos llevamos muy bien en lo personal con Hugo y ahí mismo nos hicimos amigos. Después Hugo produjo en el ́68 “Los Taitas”, con Lito Cruz y Martín Adjemián. Una historia alucinante sobre dos malevitos anclados en el tiempo que inventan maneras absurdas de conseguir plata. A través de este trabajo profundizamos el afecto y la amistad con Hugo. En esos meses, y desde casi dos años antes, Hugo estaba trabajando con Borges y Bioy Casares en el guión de “Invasión”. A mediados del ́68 ya tenía todo bastante concreto y comenzó la preproducción y a armar el equipo. Para él era obvio que iba a editar la película conmigo.
ALBERTO YACCELINI: Cuando surgió la posibilidad de que Oscar montara “Invasión”, me preguntó si quería ser su asistente. Me invitó a Alex para que lo observara trabajar sobre un film que montaba Rinaldi. Observando, me di cuenta de que el montaje era algo que yo podía hacer y acepté la proposición.
CÉSAR D’ANGIOLILLO: En esa época había secciones de montaje. Por ejemplo estaba la más famosa que era la de Ripoll y Rinaldi, que eran los que trabajaban más. Para darte una idea, una sección de montaje tenía 13 o 15 cabinas con moviolas. Y aglutinaban un montón de pequeños montajistas.
OSCAR MONTAUTI: Cuando Hugo Santiago iba a comenzar “Invasión” y enviaron la lista del equipo a SICA, mi participación fue objetada porque no figuraba allí como «montador» o «compaginador». Gracias a que Hugo fue intransigente y a que se trataba de una producción de unas 15 semanas de rodaje, la directiva de SICA me «autorizó», por una única vez, a editar la película. Rinaldi y Ripoll afirmaron que yo no estaba preparado para ser editor y yo, sin embargo, para entonces, además de tener una cierta experiencia también estaba graduado de la UNLP. Esa política absurda de SICA se terminó cuando en 1973 se democratizó el sindicato y se reemplazó a la junta directiva que estaba instalada allí desde hacía muchos años.
CÉSAR D ANGIOLILLO: Yo debo ser uno de los pocos que no pasó por Ripoll y Rinaldi. Me formé con uno de los que se habían ido de ahí que era Oscar Montauti. Tenía su propia cabinita donde estaba él, Yaccelini y yo que era el meritorio, el que venía atrás.
ALBERTO YACCELINI: Tuve mucha suerte de empezar a trabajar en una película como “Invasión”, que estaba fuera de norma con respecto a lo que se hacía en ese momento. Aprendí lo que es ser riguroso y a darle prioridad a lo único que importa: el film. Hugo, al que no conocía para nada, era un director muy exigente y preciso, cinéfilo, como yo también lo era, lo que hizo que también simpatizáramos rápidamente.
CÉSAR D’ANGIOLILLO: Yo entré a trabajar a “Invasión” como meritorio. Ese fue mi primer trabajo. Empecé en la mitad, ya llevaban varios meses. Fue muy particular la manera de entrar a la cabina de Montauti. Después de una manifestación terminamos en los bares de la calle Corrientes con Enrique Juárez, a quien yo conocía un poquito. Enrique era el único al que yo tenía como referente en montaje, había sido ayudante de Ripoll. Enrique era muy loco, muy lanzado. No era tan fácil entrar tampoco, yo no tenía ningún antecedente artístico. Y entonces agarró y me escribió una carta de recomendación para Oscar Montauti. Cuando la di vuelta, era un volante de Montoneros. Fui al otro día a ver a Oscar Montauti con la mano temblando ¡porque era un volante de Montoneros! Y estaba compaginando con Hugo Santiago y me dijo “quedate”. Y empecé a trabajar gratis un par de meses.
OSCAR MONTAUTI: Se estrenó el 16 de octubre de 1969 y el montaje lo habíamos terminado en julio o a comienzos de agosto. Creo que se comenzó a filmar a fines de agosto o en septiembre y fueron cerca de dieciséis semanas en total, muchas más de las previstas.
ALBERTO YACCELINI: El montaje duró más de un año con un material de un muy buen nivel, porque el director Hugo Santiago venía de Francia, había sido asistente de Bresson, era muy exigente, filmaba muy bien. Y entonces empecé a hacer las tareas de asistente y después como el montaje era muy complejo y el compaginador, Montauti, no tenía tiempo de hacer todo, yo empecé a trabajar en pequeñas cosas digamos, empecé a darle una mano.
OSCAR MONTAUTI: La experiencia de trabajo fue en general muy desgastante porque íbamos y veníamos sobre todo lo que hacíamos. La escena en la que Murúa sale, cerca del comienzo, y Zubarry se queda sola y después también sale, creo que la montamos y remontamos unas ocho veces. El montaje de todas las escenas se hizo con Hugo sentado al lado mío en la moviola. Mi sensación es que dábamos vueltas y vueltas en un laberinto, y no solo no avanzábamos sino que los resultados de lo que hacíamos no eran muy distintos de un ejercicio a otro. Para colmo trabajábamos sobre la imagen solamente, porque la película se dobló íntegramente, aún lo que se filmó en estudio.
ALBERTO YACCELINI: Trabajar con Hugo no es fácil para un editor, ya que él estaba en permanencia a su lado y controlaba cada corte. Al mismo tiempo, como talentoso y conocedor de su oficio, el diálogo que se establece es siempre enriquecedor. Si el montaje duró casi un año, pienso que es debido a su espíritu perfeccionista y a una manera de trabajar que se aproxima de la de un escritor, que siempre está corrigiendo una frase o cambiando una palabra.
CÉSAR D’ANGIOLILLO: Oscar Montauti es un tipo muy particular. Yo empecé a trabajar en Cine Liberación –o a seguir este grupo–, y apareció Solanas, nos proyectó “La Hora de Los Hornos” y nos quedamos así (como flasheados). Yo de pronto entré en esa cabina donde estaba Hugo Santiago con un libro de Borges y Bioy Casares todo afrancesado, era como la exquisitez. Con ese aire de “son todos una mierda menos ellos”. Era un capo e hizo una película del carajo.
OSCAR MONTAUTI: En definitiva, cuando se edita se busca que cada corte cree algún impacto. Hugo buscaba eso, pero nunca estaba feliz con el resultado. A eso me refiero cuando hablo de desgaste. Cuando terminamos de montar la imagen y se hizo el doblaje y entró en el trabajo Cacho Cantón, todo tomó otra dimensión y el trabajo fluyó de otro modo. El doblaje fue fantástico porque Juan Carlos Paz, que hacía de Don Porfirio, era incapaz de agarrar un sincro. Y Hugo lo dirigió como si fuera música y el viejo daba con el ritmo y la sincronía admirablemente. Toda la visión de Hugo era de cine puro. Los personajes se relacionaban entre sí creando una dimensión medio fantástica que trascendía los términos de historia en cuanto relato. Así Zubarry camina y entra al local donde va a buscar un paquete y esa búsqueda en términos de cuento no cuenta nada. Incluso el paquete es un disparate, como un chiste del director semejante a la secuencia en la que Murúa camina al comienzo en ese barrio suburbano en la noche y de pronto se para, la cámara da un giro sobre él, el bandoneón se embravece y no pasa nada…. nada. Toda la película es un ejercicio de cine. De puro cine.
ALBERTO YACCELINI: La única anécdota que recuerdo, debe haber habido alguna otra, es que durante una proyección me permití decir que no entendía el montaje de una secuencia, que para mí, no funcionaba. Esto puso muy furioso a Hugo que me recriminó mi inexperiencia y mi ignorancia. Entonces, decidí concentrarme en mi trabajo y no abrir más la boca. Después se disculpó y todo siguió como antes.
OSCAR MONTAUTI: Las visitas al montaje de Bioy Casares eran sociales. Él estaba muy contento con el proyecto y más con el trabajo de Hugo. Bioy como escritor era un hombre que disfrutaba el manejo de las palabras y las frases para que sean leídas, así como Hugo disfruta las imágenes para que sean vistas, no tanto para que cuenten algo. Las visitas de Borges eran un poco más densas porque Hugo le mostraba en proyección partes de la película (Borges tenía como “ramalazos” de visión) mientras la mujer de Borges – Elsa Astete – le contaba lo que ocurría. Borges protestaba «No me cuentes lo que pasa, contame las imágenes». Realmente fantástico.
Las «interpretaciones» de “Invasión” surgen de esos juegos muy de Borges y Bioy y a los que Hugo adhiere fanaticamente. En realidad, hay dos cosas que están claras y que son el motor de toda la película: la frase de Don Porfirio «Necesito tiempo, Irala» y la del final, cuando Lito le dice a Zubarry «Ahora las cosas se tendrán que hacer de otra manera». Toda la película estaba estructurada así, cómo se armó en definitiva. Había tonterías intelectuales como dejar en off seis pasos y cuando el personaje ponía el pie izquierdo del sexto, entraba en cuadro. Eso se mantuvo a lo largo de la película, así como las discadas en códigos en el teléfono y cosas por el estilo; cuando Zubarry va por la calle y le entregan un flyer y ella agarra una revista en el kiosko. En fin, esas cosas armadas siempre para guiar al espectador en el laberinto, pero sin dejarle la posibilidad de entender que es un laberinto.
CÉSAR D’ANGIOLILLO: Yo tenía toda la escuela de Cine Liberación, las peleas, ser contestatario, que hay que salir a la calle y hacer películas, etc. Y de golpe me encontré con esto que era veinte horas para poner un paso en sincro, “el sonido subjetivo”, toda esa cosa fue muy fuerte como formación. Si bien yo no estaba de acuerdo con Hugo Santiago, yo tenía esa cosa joven rebelde, aprendí mucho con Hugo y aprendí mucho con Montauti.
LA MILONGA DE MANUEL FLORES
https://www.youtube.com/watch?v=Pu6ITHLbu2o
OSCAR MONTAUTI: En la milonga de Manuel Flores, el trabajo, Hugo lo organizó y lo filmó para no mostrar que Roberto no tocaba la guitarra y además no cantaba. Por lo tanto Roberto dijo el texto y solamente medio recitaba y cantaba una estrofa. Como la letra es muy sugerente y cuenta la muerte detalladamente, todos los planos de la secuencia van construyendo esa derrota anticipada de Roberto. Los planos del grupo mirando a Roberto mientras cantan de alguna manera, presagian las muertes de todos ellos y Hugo los compuso cuidadosamente. Cuando filmó tenía muy en claro cómo quería montarlo. Tal vez es muy largo el plano de las manos del guitarrista, pero el punto es que a partir de ese plano ya nadie va a pensar que Roberto no toca la guitarra. Y Roberto compone y recompone la tragedia de ese personaje siempre al borde del delirio alcohólico. El montaje de la secuencia no fue de los más complicados. Fluye como fluye la música, hasta que Múrua le pone la mano en el hombro y le dice “Vamos mi doctor, antes que se emborrache del todo. Todo lo que está en la película, estaba en el guión.
La escena final con sus sobreimpresiones se resolvió así en el trabajo de montaje para profundizar la ruptura después de la muerte de Irala y la probable muerte de Don Porfirio. Hay un tema que no sé si es claro: Don Porfirio también es el jefe de Zubarry y los muchachos. El viejo juega a dos puntas porque sabe que Irala y los otros son carne de cañón y que los que harán la resistencia son los muchachos. Un poco simple tal vez, pero interesante.