Como parte de una tarea permanente de rescate del archivo de la historia del montaje cinematográfico en la Argentina, el equipo de la Comisión de Cultura de la EDA quiere compartir el siguiente artículo publicado por Irene Ickowicz en el suplemento Mujer del diario Tiempo Argentino de 1985, con motivo de un nuevo aniversario del Día Internacional de la Mujer Trabajadora. ¿Qué cambio en los últimos 30 años? ¿Quienes son algunas de las primeras mujeres en pisar fuerte dentro del Cine Argentino?

En la nota, dan su mirada y testimonio distintas trabajadoras del cine y desde las cabinas de montaje participan Sonia Grimoldi, ayudante de montaje, Laura Bua (SAE), compaginadora y asistente, Silvia Ripoll, compaginadora y Nilda Nacella, cortadora de negativos.

 Las desconocidas del cine.
Las otras mujeres del celuloide y sus problemas en “un gremio muy machista”.

Cuando el tema es la mujer y el cine, casi siempre, se habla de actrices o de las muy pocas directoras con que se cuenta nuestro medio. Sin embargo hay otras, las desconocidas, que con luz propia, antes y después que la cámara comience a rodar, ponen en acción trabajo y talento.

Hasta hace pocos años, ellas eran modistas, peinadoras, maquilladoras, cortadoras de negativo. Participaban en tareas más próximas a las tradicionalmente adjudicadas a la mujer, ocupaban puestos de menor jerarquía en cuanto a reconocimiento y remuneración.

En 1973, al producirse un cambio en la conducción del Sindicato de la Industria Cinematográfica Argentina, junto a importantes modificaciones en la organización gremial, se inicia un período de apertura que permite el ingreso de nuevos técnicos. Es entonces que en este gremio de absoluto predominio masculino, se registra el impacto de la presencia de la mujer, no solo por razones numéricas, sino por su incorporación a ramas –especialidades– no transitadas hasta ese momento.

Pese a los rigores de una crisis profunda, la mujer ha seguido sumándose paulatinamente y como tendencia general, con miras a lograr un mejor posicionamiento, equiparándose en cuanto a retribuciones al hombre, promoviendo la revalorización de determinadas tareas, ocupando puestos de mayor poder de decisión.

En los espacios de aprendizaje – escuelas de cine, del Instituto de Cinematografía y Escuela de Avellaneda– el procentaje de mujeres estudiantes es del 20%. Según datos que surgen de los padrones de diciembre/84, del total de trabajadores, que apenas supera los 1.200, las mujeres no llega a completar ni el 20 por ciento.

En las trabajadoras que tienen relaciones laborales estables –laboratorios, productoras– la dominante sigue siendo cubrir puestos administrativos, ayudantías y en muy pocos casos, jefaturas. En las trabajadoras independientes, es decir, contratadas eventualmente para la realización de una película, se distribuyen en su mayoría en las ramas tradicionales. Un número menor ha incursionado en compaginación, fotografía, producción y dirección, y aún sigue la mujer sin sentar presencia en otras áreas como cámara iluminación y sonido.

Si bien las consecuencias de una industria diezmada afectan tanto a hombres como mujeres, estas últimas deben sumar una situación de desventaja en comparación con los hombres, en cuanto a menores oportunidades de realización.

¿Qué diferencias existen entre varones y mujeres en la etapa de aprendizaje? ¿Qué dificultades deben sortear para ingresar en el mercado laboral? ¿Cómo es reconocida su participación? ¿Cuál es la imagen de la mujer que el cine transmite? ¿Cuáles son las posibilidades de modificación de su situación? Sobre estos temas, estudiantes, técnicas de largometraje, documental y publicidad, con distintos niveles de capacitación y trayectoria, transmiten sus experiencias y visiones.

Sonia Grimoldi (estudiante): La primera diferencia es sin dudas el número menor de mujeres estudiantes. Cuando yo ingresé a la escuela, el curso estaba formado por 90 varones y 10 mujeres. Ahora en tercer año quedaron 20 varones y 5 mujeres. Las cinco ya ingresamos en la industria.

Laura Bua (arte de compaginación): La formación es siempre grupal y eso nos lleva a trabajar juntos.

Sonia: Puede ser que nos interesen temas distintos, pero también hay diferencias entre las propias mujeres. Creo que los problemas empiezan cuando una quiere ingresar en la industria. Es un gremio muy machista.

María Inés Teysiée (fotógrafa de escena): Yo en realidad elegí el cine. Me apasiona. Y la única manera de abordarlo fue trabajando de fotógrafa, porque me atrajo por sobre todas las cosas la imagen. Mi objetivo, en realidad, fue y es la iluminación. Pero para llegar a iluminar tendría que hacer primero cámara. Por ser mujer, este camino me quedó vedado.

Laura: Cuando yo estudiaba en el Instituto de Cinematografía, quedé como única alumna de compaginación. Mi profesor me posibilitó entrar en el laboratorio y así pude continuar estudiando. Mi primera etapa fue de observación. Después entré a trabajar en una productora que filmaba varios largometrajes por año. Ahí pude tener contacto con los materiales y con la moviola. Sé que a muchos compaginadores no les gusta trabajar con mujeres. ¿Por qué? Algunos dicen que porque las mujeres se casan y tienen hijos.

Silvia Chanvillard (documentalista): En el documental trabajamos siempre en equipo. Filmando me encontré con un grabador en la mano, y a partir de ahí me ocupo del sonido.

Beatriz Di Benedetto (vestuarista): Estudié en la Escuela de Bellas Artes de La Plata, escenografía y pintura. En especial me atrajo una materia: historia del traje. Cuando ingresé al cine, lo hice como asistente de escenografía, pero fui tratando de orientarme dentro de la industria como vestuarista, que es lo que me interesa. Si bien es una función más aceptada para una mujer, porque existe la asociación de que a las mujeres nos resulta fácil conectarnos con la ropa, en esta misma asociación se ve claramente la desvalorización. Porque ser vestuarista implica mucho más que tener buen gusto. Es saber elegir y diseñar el vestuario adecuado, que responda a un lenguaje dramático; armonizar con la luz, el color la escenografía, con la historia del personaje.
Aunque hay veces que el vestuario es producto del capricho de un director, hay otros realizadores que se detienen mucho en este aspecto, es entonces cuando se pueden hacer aportes creativos importantes. Todavía al vestuario no se le ha dado la importancia que en realidad tiene. Tan así es, que en los equipos reducidos de filmación, es considerado un rubro prescindible.

Diana Frey (productora – productora ejecutiva): Como en “Ensayo de Orquesta”, para cada ejecutante su instrumento es el principal, lo mismo pasa en el cine. Y está bien que así sea, porque el cine es equipo. Los directores que comprenden esto son los que hacen buenas películas. Cuando entré al cine pedí trabajo de producción como meritoria, es decir, sin recibir sueldo y se me aconsejó que mejor me dedicara a ser modista, porque así iba a tener más posibilidades. Este criterio sigue existiendo. Cuando me ofrecí para trabajar en producción, me preguntaron: “¿Quién va a traer los cajones con gaseosas y los sándwiches?”. Al resumir así el trabajo de producción me estaban señalando que yo estaba en inferioridad de condiciones que un hombre. Contesté que en ese caso, si es que yo no podía hacerlo, se contrataba a un changador y así se le daba trabajo a otra persona. Durante varias películas, primero como ayudante y después como jefa de producción llevé, entre otras cosas, muchos cajones de gaseosas.
Hay productores a quienes les interesa contar con mujeres en producción, porque consideran que la seducción femenina ayuda para conseguir cosas. Otros, en cambio, no trabajarían nunca con una mujer. Esto no pasa sólo en producción, aquí pensar en una mujer haciendo cámara, es imposible. En otros países es algo habitual.

María Inés: ¿Cuál es la razón? Bueno, el equipo de cámara se compone de un camarógrafo, un primer ayudante que hace foco, y un segundo ayudante que, entre otras cosas, debe levantar una valija que pesa muchos kilos. Se podría pasar directamente a foquista, sin ser segundo ayudante, pero e equipo de cámara son tres personas que funcionan muy integradamente y la admisión de una mujer es muy difícil. Yo sé que se pueden saltear etapas, como no llevar la valija, pero reconozco que es una lucha que no he iniciado.

Diana Frey: En casos así, hay que cumplir una erapa de observación hasta lograr ser aceptada. Esto supone que hay que dejar de trabajar por un tiempo. Y eso no puede ser, porque hay que comer.

Silvia Ripoll (compaginadora): Yo era cortadora de negativo. Cuando fui a pedir mi asignación como ayudante de compaginación, en el sindicato no me la quisieron dar. Yo me sentía como se debe haber sentido la primera mujer en la Facultad de Medicina. Me decían: “¿Cómo una mujer va a tocar el positivo?”. En el fondo existía otro temor: “Bueno, sino, le va a sacar el trabajo a los muchachos”. Yo era un técnico más, y encima mujer. Pero una vez que fui ayudante de compaginación, me fue mucho más fácil pasar a ser compaginadora.

Laura Bua: En general las mujeres se ocuparon de cortar los negativos porque dicen que tenemos más paciencia que los hombres. Es un trabajo de gran responsabilidad. La película está en manos de la cortadora –en otros países el negativo se guarda en cajas de seguridad–. Sin embargo, al observar cómo les pasan las indicaciones, se observa claramente que no es valorado el trabajo de ellas.

Nilda Nacella (cortadora de negativos): Hace veinticinco años que soy cortadora. Es un trabajo delicado. Te equivocás, rayás el material y arruinás una toma que vale mucho dinero. El positivo se corta, se vuelve a pegar, se agregan fotogramas. En el negativo es imposible. En mi rama el puesto considerado de mayor responsabilidad es el de compaginadora. Pero no me interesa. Lo experimenté pero no me interesa. Me gusta lo que hago. Todo lo que sea trucar, armar 16mm, cosa que a nadie le gusta demasiado, a mí me encanta.

Silvia Ripoll: Todo material lleva una carga importante. Pero la responsabilidad no está en el material con que se trabaja. Las cosas han cambiado bastante. Antes un ayudante no estaba en relación con el director, ni se lo dejaba tocar el material.

Laura Bua: Sí, a veces, según el caso te dejan opinar. Pero hay consultas que hacen mucha gracia. Por ejemplo, frente a una secuencia que se está armando y se refiere a una situación erótica, me llaman para pedirme opinión: “Vos que sos mujer, ¿cómo lo ves? ¿es muy fuerte?”.

María Inés: Sí, el “vos que sos mujer”, es sumamente frecuene. A mí me pasa muchas veces en filmación. No se me pregunta como profesional, sino como un ser diferente.

Diana Frey: Cuando se ocupan puestos de decisión, el prejucio continúa igual, lo que pasa es que ya no me lo dicen directamente. Pero hay comparaciones como “Yo tuve un jefe que esto no lo hubiera permitido”. Claro que todo depende también de cada persona. Somos tan pocas mujeres, que tampoco se puede generalizar mucho.

Silvia Ripoll: Sí, el reconocimiento profesional no alcanza. En las relaciones individuales por ahí se cuidan más, o hay un trato de mayor respeto. Pero cuando se juntan los hombres en las famosas barras, entre todos se potencian y empiezan ironías, comentarios, actitudes… y otras cosas. Eso es muy claro para mi.

Laura Bua: En el laboratorio, a veces nosotras tendemos a juntarnos, entonces empiezan las bromas… subestiman nuestras conversaciones. Además, cuando una mujer logra progresar en seguida aparece el comentario de que su éxito se debe a su capacidad de seducción.

Leila González (casting): Yo empecé en dirección, en publicidad, como asistente y me fui especializando en selección de modelos en video. En este trabajo, ser mujer fue considerado beneficioso; porque las modelos nuevas se sienten más cómodas, aunque primero se sorprenden mucho al ver a una mujer detrás de la cámara.

Lo mismo sucede en la selección de chicos. No por una actitud maternal, sino porque en comparación, los hombres suelen ser más duros, a nosotras nos cuesta menos establecer relación con ellos.

Silvia Chanvillard: Otra diferencia que aparece en relación a otros géneros, es que en el documental, por se más consecuente con la realidad, los estereotipos sexuales no aparecen. El diálogo lo dan los mismos personajes. Los temas involucran tanto a hombres como a mujeres. Lo que sí podría decirse es que en el documental la mujer no ha sido el tema. Aquí no se han hecho documentales con temática femenina. Inclusive a veces no es tomada en cuenta.

Laura Bua: En el documental, que es el género que me interesa, el guión se arma en el montaje. En ese momento es cuando se selecciona y se valoriza. Muchas veces se han filmado situaciones que expresan particularidades de las mujeres y en el armado se diluyen o desaparecen.

Beatriz Di Benedetto: Bueno, en publicidad es al revés. Orientada hacia la venta, en publicidad se parte de estereotipos muy claros. Es decir, está muy claro lo que se puede mostrar y lo que no se debe mostrar. Por ejemplo, las amas de casa responden a un uniforme, no pueden usar pantalones, usan polleras rectas, con camisas, colores neutros y poco maquillaje. La mujer ama de casa de la publicidad debe ser algo neutro. Las locuras estéticas, la moda, el color, el maquillaje exótico, es para otras mujeres, es decir para vender a una mujer.

Lelia: Cuanto más sofisticada sea la publicidad más fuerte es el estereotipo. Se producen situaciones muy absurdas. En la actualidad todas las mujeres llevan el cabello corto, rulos. La modelo de champú tiene que tener el cabello largo, lacio y rubio. Nuestro país no es un país de mujeres rubias. Osea que encontrar una modelo para champú es más difícil que encontrar un departamento para alquilar.

María Inés: Depende de la visión que propone el director.

Lelia: Las mujeres en publicidad son vistas como seres pasivos, como meras observadoras que sienten en función de las cosas que hacen los hombres. Es muy difícil cambiar esto, porque nosotras cumplimos un rol de servicio. Las agencias y los clientes, tienen mucho miedo de apartarse de estos estereotipos, por eso es muy difícil proponer modificaciones.

Silvia Chanvillard: Yo tengo que viajar diez días al Chaco a filmar un documental. Mi preocupación por supuesto es que tengo que dejar a mi hija. Los hombres no tienen estos problemas.

El cine es una industria que elabora productos culturales, por esta razón cuando se analiza la situación de la mujer dentro de la actividad, es necesario contemplar no solo los aspectos laborales, sino su grado de incidencia en el resultado final. Como trabajadoras se enfrentan a las mismas dificultades que todas las mujeres que participan activamente en el mercado laboral no doméstico: discriminación, prejuicios sólidamente arraigados en nuestra sociedad. Que las mujeres queremos desplazar a los hombres. “Que aumentamos la desocupación”, “somos inferiores por tener menos fortaleza física”, “que ascendemos por capacidad de seducción”, “ que ocupamos lugares que no nos corresponden y debemos por consecuencia demostrar eficiencia constante”. “Una mujer no puede ganar más que un hombre”, “una mujer es conflictiva, porque se casa y tiene hijos”. Además de luchas contra la adversidad de un trabajo que no siempre le asegura continuidad, con la difícil compatibilización de sus tareas domésticas, una mujer debe enfrentar la fuerte presión de tener diariamente que demostrar que es capaz. Que aunque biológicamente es diferente, tiene los mismos derechos y las mismas responsabilidades que los hombres. Mientras que la mujer que hace cine, no sea considerada en cualquiera de sus funciones, como una integrante que aporta técnica, trabajo y una visión complementadora de la realidad, es ingenuo suponer que pueda reconocerse en la imagen que se proyecta en las pantallas. Tan acostumbradas estamos a ver a la mujer con la visión del hombre, que hemos adoptado a veces esta visión como propia.

Sin nuestra participación cualitativa, la temática específica femenina, no aparecerá en el discurso cinematográfico, y nuestra imagen será neutra o exótica, pero siempre distorsionada. Dar un paso al frente, no implica que otros tengan que dar un paso al costado. Dar un paso al frente, puede también significar ampliar un espacio enriqueciéndolo.

Irene Ickowicz

 Fotos: Mabel Maio